Reflexiones sobre el tiempo

Por: José Luis Ortiz

La vida es un constante devenir; nosotros somos un constante devenir. “No te bañarás dos veces en el mismo río”. El agua fluye y no la alcanzamos, y si llegáramos a alcanzarla, ¿no seríamos ya distintos? No somos: Fuimos y seremos. Estamos atrapados en esa incertidumbre de pasado y futuro que los hombres sabiamente llamaron presente y que sin embargo, no es ningún tiempo, es sólo una oportunidad.

Habría que preguntarle a las estrellas qué es lo que desean cuando ven faros encendidos en el mundo. Habría que preguntarle a la melancolía si por fin encontró a la felicidad en su pasado. Habría que preguntarle a todo hijo si tuvo tiempo de tener sus sueños antes de tener los de su padre. Devenir constante: Día a día los deseos oscilan entre ser cartas muertas o monedas tiradas en un pozo. Se miran estrellas a diario y se piden deseos; se pide fortuna, amor, salud, inmortalidad, olvido… Cuantas veces rogué por el olvido. Pero los que hemos medido la velocidad de las plegarias sabemos que para el momento en que llegan a oídos de las estrellas, éstas ya se han extinguido; o quizás simplemente, se ha extinguido el remitente.

Habría que preguntarle a Dios si sigue siendo el mismo, habría que preguntarle a Dios si aún cree en sí mismo. Habría que preguntar a la casualidad si no se ha cansado de brindar esperanza a la razón. Ser es no ser lo que se es y ser lo que no se es. ¿Algún día nos alcanzaremos a nosotros mismos? ¿Será posible realmente detener un momento y detener la conciencia en él? ¿Existe tal cosa como la compatibilidad con el otro? La vida es un casino donde la casa siempre gana: Podemos obtener lo que deseamos pero siempre tendrá el detalle de ser en el momento equivocado, al menos parcialmente. Podemos consolarnos y afirmar que estamos satisfechos con lo obtenido, pero si realmente lo estuviéramos, ¿no sería en vano seguir deseando? La casa siempre gana, hay que seguir jugando y apostando. Hay que seguir viviendo.

Habría que preguntarle a quien amamos si nos ama por quien fuimos, por quien vamos a ser o por quien dejamos de ser en el momento en que nos miró. Habría que preguntarnos si afirmamos te amé o te amaré. Habría que preguntarnos si para cuando Dios, que está a millones de años luz de distancia, recibió nuestra mirada, no estaba ya bastante decepcionado de nosotros. Habría que pensar si al momento de matar a Dios, no estaba el hombre ya muerto. Habría que dejar de temer que al momento de nacer, estamos ya muriendo, o peor aún, estamos ya viviendo.

“El mundo tal como es, es inmanente, es ilusión, es decir, es apariencia pura. Una de las realidades son precisamente las estrellas. Nunca tenemos su representación real pues dada la velocidad de la luz, nos llega con cierto desfase, cierta distorsión: Las estrellas siempre están ausentes en el momento en que las representamos. Esta es la ilusión radical del mundo y reside en el hecho de que las estrellas ya están apagadas cuando percibimos su luz. Esto es cierto también para los objetos más cercanos… Esto quiere decir que nunca somos contemporáneos, que siempre están ausentes… unos a otros. Eso es la ilusión del mundo y es algo muy bueno… Si todo el mundo estuviese sincronizado, es decir, si fuese instantáneamente simultáneo, sería la muerte. Y de todas maneras, ello es imposible”. Braudrillard.

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