Spinetta y el existencialismo: El anillo del capitán Beto

Por: José Luis Ortiz

Una de las personalidades más influyentes en la historia de la música latinoamericana es el poeta, guitarrista, compositor y cantante Luis Alberto Spinetta. El flaco Spinetta, como también es apodado con frecuencia, tuvo múltiples agrupaciones entre las cuales destacan Almendra, Pescado Rabioso e Invisible, por mencionar algunas. Si bien, Spinetta es considerado como un ícono del rock, todas sus agrupaciones tuvieron una interesante amalgama de influencias musicales que incluían elementos del tango argentino, del jazz, del rock, entre otros.

Un aspecto fundamental de las letras de Spinetta, es que gran parte de ellas se prestan para la reflexión filosófica. Un ejemplo interesante, es la canción titulada “Por”. La cual consiste, con el riesgo de sobresimplificar, en un listado de adjetivos y una sola preposición. Con un toque de surrealismo, Spinetta llegó a explorar y experimentar con la sonoridad de las palabras, llegando a escribir, de acuerdo con Eduardo Berti, “una de las letras más atípicas y más arrojadas que se recuerden en la música popular». El presente artículo pretende generar una breve reflexión, apoyada en algunos elementos del existencialismo, alrededor de una composición de este magnífico autor argentino titulada: El anillo del capitán Beto.

La letra gira en torno a un chofer de autobús conocido como “El capitán Beto”, quien se dedica a recorrer el espacio en su nave. Con múltiples peligros al acecho, se menciona que el capitán se defiende con un anillo especial, pero también se menciona que el anillo no puede protegerlo de otro tipo de experiencias: La soledad, el abismo entre él y la humanidad; la muerte, la nostalgia y la tristeza. Posteriormente, se da a entender que el capitán termina perdido en el espacio y que años después encuentran vestigios de un signo del alma en su anillo.

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El existencialismo es quizás una de las corrientes filosóficas que más se han tergiversado. Erróneamente, el existencialismo está asociado con una pérdida de motivación, abandono de la esperanza y con el sinsentido pasivo. Nada podría estar más alejado de lo que es el verdadero existencialismo, el cual precisamente busca la participación responsable del hombre como motor de sentido en su existencia, así como el empleo consciente de su libertad. Como breve marco conceptual, tomaremos la definición de existencialismo del teólogo Paul Tillich (1952):

«El existencialismo no es la invención de un filósofo bohemio o un novelista neurótico; No es una exageración de las sensaciones hecha para el lucro y la fama; No es una obra de teatro negativa. Claro que algunos de los elementos anteriores han entrado en él, pero por sí mismo es algo más. Es la expresión de la ansiedad por la falta de sentido del mundo y un intento de apropiarse de esa ansiedad y transformarla en valentía para ser uno mismo».

Así, el existencialismo no niega la falta de sentido del mundo por sí sola; no niega tampoco la angustia de tomar decisiones (entendida por Kierkegaard como el vértigo de la libertad), no niega el sufrimiento, la muerte y la desesperanza. Sino que justamente, busca encontrar la voluntad del hombre en medio de ese campo de batalla. La dignidad que se esconde en la libertad y consciencia del hombre respecto a su propia existencia y sus decisiones. Una expresión frecuente del existencialismo será «Vivir a pesar de».

Retomando la letra de El anillo del capitán Beto, se puede apreciar que trata de un hombre que recorre el espacio. En este sentido, podríamos pensar esta travesía como el recorrido mismo que un hombre puede hacer por su existencia. En dicho viaje, pueden existir diversos peligros a los que el hombre le hace frente, escudado en la tecnología, en la ciencia y en el progreso en general. Al final, el capitán Beto logra protegerse del peligro que representa el espacio mismo (Canta Spinetta: Su anillo lo inmuniza de los peligros): Falta de oxígeno, asteroides, escasez de alimentos, frío. Pero existen otros peligros que trascienden las tecnologías que hemos creado para protegernos (Canta posteriormente “Pero (el anillo) no lo protege de la tristeza”). Esas experiencias, emociones o pensamientos, se esconden en forma de las preguntas que se hace el capitán en su recorrido: “¿Dónde está el lugar al que todos llaman cielo? ¿Por qué habré venido hasta aquí si no puedo más de soledad? ¿Dónde habrá una ciudad en la que alguien silbe un tango?” El ser humano, en la Tierra, tiene un destino similar al del capitán: Vive en un mundo lleno de peligros como lo son el hambre, la sed, el frío, la enfermedad, la violencia; el ser víctima de un animal salvaje, los accidentes de tránsito o a veces hasta un tropiezo en el lugar equivocado. Poco a poco, el hombre ha realizado su mejor esfuerzo por luchar y protegerse de dichos peligros y bien, si la mayoría de ellos no están resueltos de forma universal ni absoluta, tampoco se puede afirmar que la vida es la misma que hace algunos siglos, cuando todos esos peligros eran mucho más frecuentes. No obstante, al igual que Beto, no hemos logrado encontrar la fórmula para protegernos de la tristeza, de la angustia, de la soledad y de la ansiedad por la muerte. Y justamente la filosofía existencialista enseña que no se trata de buscar una protección ante esos elementos sino, tomarlos como lo que son: vivencias de la condición humana que nos llenan de dignidad y que pueden transportarnos a otros lugares o a continuar el viaje diario de la persona: “ el ser que se lanza a”. Hay ansiedades que nos mueven de lugar, hay depresiones que fijan nuestros pensamientos en una cuestión a resolver; hay ansiedades por la muerte que terminan engendrando el amor más honesto por la vida.* El capitán experimenta dichas preguntas mientras está contenido en su nave espacial. Del mismo modo que nosotros nos encontramos contenidos en un cuerpo, en un territorio y en un planeta.

La gran ventaja que existe en nuestro viaje, es el conocimiento de que otros seres pueden experimentar vivencias similares. El capitán Beto, se hallaba solo en el espacio, lleno de dudas existenciales. Pero cada uno de nosotros tiene el don de la palabra, y tengo la intuición de que nos sorprendería encontrar que muchos de nuestros pensamientos, obsesiones, sentimientos y miedos han sido experimentados a su manera, por otros seres humanos. Me gustaría comenzar a concluir este texto con una reflexión del filósofo Blaise Pascal:

“El hombre es sólo un junco, el más débil en la naturaleza, pero es un junco que piensa. No hay necesidad de que todo el universo se levante en armas para aplastarlo: Algún vapor o una gota de agua es suficiente para matarlo. Pero incluso si el universo quisiera aplastarlo, el hombre seguiría siendo más noble que su asesino, porque sabe que está muriendo y sabe la ventaja que el universo tiene sobre él. El universo no sabe ninguna de estas cosas”.

Sin la intención de hacer una sobresimplificación de los problemas que atañen al ser humano, cierro este texto haciendo énfasis en el anillo (siguiendo la analogía del capitán Beto) que puede protegernos de los peligros que escapan del progreso y la tecnología: La palabra. La capacidad que tiene el ser humano para simbolizar sus vivencias. La nobleza que entraña en su consciencia de este universo caótico donde el hombre es creador de sentidos que transforman su existencia. Canta Spinetta: “Ese anillo lleva inscrito un signo del alma”. Nada más preciso para describir la condición humana.

¿Y tú, Cuáles son las preguntas que te haces mientras navegas por tu vida?

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 *No está en las intenciones del presente artículo, criticar la asistencia a un proceso psicoterapéutico en caso de que la persona con las situaciones mencionadas, lo desee. Tampoco es la intención romantizar las experiencias mencionadas. Si la persona lo requiere, es recomendable asistir a psicoterapia.

Referencias:

Pascal, B. (2016). Pensamientos (Pensées) (Spanish Edition). Createspace Independent Publishing Platform.

Tillich, Paul. The Courage to Be (The Terry Lectures Series) . Yale University Press (Ignition). Edición de Kindle.

Jofré, A. (2020, 5 abril). Por: la experimentación y el riesgo de una canción de Pescado Rabioso. La Tercera. https://www.latercera.com/culto/2019/11/06/pescado-rabioso-por-artaud-spinetta/

Pasión por la forma: Creatividad y ontología

Por: José Luis Ortiz

«Conócete a ti mismo»- Inscripción encontrada en el templo dedicado a Apolo en Delfos.

Entre las múltiples obsesiones de la ciencia y la filosofía, existe una cuya importancia radica en su gran amalgama de ventajas: La creatividad. Este proceso, capacidad o cualidad, ofrece la bondad de generar soluciones a problemas complejos. Si bien, coloquialmente se asocia la creatividad con los procesos artísticos, ésta no es exclusiva de ellos, y en realidad, la creatividad ha sido uno de los más grandes motores de la ciencia. Actualmente existe una gran diversidad de investigación en materia de procesos creativos. La psicología, la pedagogía y las neurociencias son algunas de las áreas donde se encuentran concentrados dichos estudios, pero, ¿habrá algo qué decir más allá del lenguaje de los procesos cognitivos, circuitos neuronales y técnicas para fomentar la creatividad en las aulas? En 1975, el terapeuta existencial Rollo May se formuló dicha pregunta, misma que lo llevó a escribir su obra: “La valentía de crear”. Donde el autor, logra realizar algunas reflexiones ontológicas en torno al acto creativo.

La creatividad, nos dice May, se puede entender como la acción del sujeto de auto-actualizarse. Y es en esta afirmación donde se entiende la palabra que acompaña al título de su obra. Se necesita valor para crear, puesto que, “cada acto de creación, es en primer lugar, un acto de destrucción” (Picasso). Para May, el sujeto creador, será aquel que tenga la combinación de tener convicciones y permitirse dudar acerca de las mismas convicciones. Así, el proceso creativo será un constante enfrentamiento entre la duda y la creencia, que puede generar nuevas formas de conocimiento o de menos, tiene la capacidad de generar un encuentro entre el ser y su obra, donde ambos pueden salir transformados. Es en estas transformaciones donde los grandes descubrimientos o preguntas, tienen el potencial de erigir nuevas formas de mirar el mundo o bien, destrozar los anteojos con los que se le miraba. Es por eso que para May todo proceso creativo irá acompañado de ansiedad, ya que crear, tendrá la posibilidad de transformar a uno mismo y a los demás, y dichas transformaciones podrán ir acompañadas (o no) de preguntas incómodas, realidades nunca antes percibidas o ignoradas conscientemente; imágenes que causen fuertes perturbaciones en nuestras mentes. Aunque también, las palabras que ansiábamos escuchar para entender alguna problemática; la bella metáfora que necesitábamos para tomar una decisión o en ocasiones, simplemente el consuelo en la noche más azul de nuestras vidas.

A lo largo de la Historia, la humanidad ha mostrado fuertes tendencias por llenar los vacíos de su experiencia frente al mundo. En la incertidumbre, nacen los mitos para dar respuesta a las preguntas del hombre. May encuentra en la existencia del oráculo de Delfos, la expresión por excelencia de la tendencia de la humanidad por buscar el significado en el caos, por buscar “un motivo para todo lo que ocurre”. Los hombres viajaban a Delfos quizás por el motivo psicológico de mitigar la incertidumbre, o dicho de otro modo, viajaban para significar. Una aclaración importante es que la información ofrecida por el oráculo de Delfos, era acompañada por la interpretación del receptor. Por lo que el oráculo hablaba, pero al final era el hombre quien se encargaba de significar y actuar. May llamará a esta cualidad “pasión por la forma”, donde el hombre participa activamente en generar significados para su existencia. Dichos significados los encontrará en sueños, en obras de arte, en teorías científicas, en conocimiento religioso, e incluso en eventos aleatorios que interpretará, pero siempre de modo activo, es decir: Con creatividad. Y al realizar dicho proceso, aquella amalgama de significados y símbolos sin aparente relación, serán contenidos en una nueva forma (entendiendo la forma como límites y conexiones específicas). Y esta es otra de las cualidades ontológicas de la creatividad, ya que estas nuevas formas, dan la sensación de completar uno de los muchos rompecabezas de nuestra existencia, y a pesar de que en ocasiones pueden mostrar un contenido angustiante, para May, la forma siempre va acompañada de un sentimiento de completitud, que puede anteceder al júbilo.

Por lo tanto, la creatividad no es únicamente la forma de resolver un problema, sino que plantea una cuestión todavía más profunda: La de nuestra relación con ese problema, la forma en que lo enfrentamos, y los nuevos significados que se generan y que nos transforman, y al mismo tiempo, transforman nuestra existencia. La creatividad, decíamos al inicio, no es exclusiva del arte, ni estos comentarios lo son. Aún en la creatividad para resolver un problema científico, el hombre encuentra sentido, y encuentra las figuras que le hacían falta para comprender el mundo. La creatividad estará en las matemáticas, en la medicina, en la pintura, en la literatura, en las modificaciones a procesos, entre otras. Pero también estará presente en la forma en que interpretamos nuestras propias experiencias y encontramos en ellas, mensajes que nos transforman. Cada vez que le encuentres un significado nuevo a un refrán, a alguna canción, a alguna película, pintura, o simplemente al atardecer que mirabas, y salgas transformado de ese encuentro, podremos sospechar que viviste la experiencia de la pasión por la forma: La creatividad.

Aliquebrado

Por: Chema Urrutia 

Las nubes crearon una red aterciopelada en el cielo. Me encontraba en aquel café, el que está sobre Juan Caballero y Ocio, el que me ha visto reír, llorar, y desbordar pasión en una plática acalorada sobre la vida y la muerte. Sentado en una de las mesas exteriores, estaba yo. Pensante. Retraído. Perdido. El humo del cigarrillo se mezclaba con el del café. Mi libro impaciente, esperaba que en un acto de decisión y valentía, cambiara de la página 48, plana en la que llevaba poco más de veinte minutos. Estaba paralizado, la razón: el cielo se había nublado. 

No padezco de una fobia extraña en la que con solo ver una nube mis sentidos se apaguen. Sin embargo, un día anubarrado era capaz de demeritar mi estado anímico. El cielo está triste. Desolado. La melancolía perenne escondida en las alturas. Serio. Incomprensible. Bajo el yugo de una atmósfera infausta, me encontraba yo. Bebiendo café sin compañía. 

Con la soledad vienen memorias, palabras y recuerdos. De personas, del amor, de aquella plaza, aquel lugar. Revivimos los besos muertos y los abrazos dados. Vemos ojos dónde no los hay, huellas dónde nadie caminó. Personas en un asiento vacío. Enfrentamos nuestra vida. Hablamos con la muerte. Buscamos respuestas donde no hubo preguntas. Nos angustiamos. Existimos. No somos. Aquel día sentí una abrumadora sensación acompañada de un cigarro. Estaban sentados conmigo todos mis demonios. Pero a la vez estaba solo. El libro seguía en la página 48. 

Comencé a escuchar el golpeteo de la lluvia contra el pavimento. Escuche poemas recitados por las gotas. La palabra viva de aquella melancólica tarde. Hicieron música, contaron historias, y guardaron silencio, aún cuando no había dejado de llover. Con cada átomo de mi cuerpo existi. Sentí el viento, escuche la lluvia, olí el petricor, me hice consciente de cada latido, cada respiración. No me gustan los días nublados, porque nos recuerdan el peso de nuestra existencia. 

Una mano tomó la mía. El calor era extraño, diferente. Una sensación que alteraba el ambiente aliquebrado. Pude escuchar su sangre correr por sus venas, y también declamaba poemas. Versos, rimas, palabras. Pero sus ojos, al igual que los míos, mostraban angustia, dolor. Nos quedamos en silencio. Con suavidad, nuestras manos se entrelazaron. Sin palabras nos lo dijimos todo. Los ojos cristalinos vieron nacer versos de agua. 

Tienen algo extraño los días nublados. La falta de color, hace un paisaje lúgubre. Dónde la melancolía se respira. Tienen algo extraño los días nublados, porque cuando el cielo parece no poder más, llueve. Deberíamos intentar lo mismo.

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Diáfana

Por: Chema Urrutia

Tacto. Sentado al borde de la cama, intento recordar en qué día desperté. Por más que trato de hacer tierra, la cualidad de un encierro demerita la importancia de nombrar la vuelta del sol. Miró con curiosidad  mi cuarto y los objetos que lo habitan. Aquella foto, ese libro, aquel juguete. Todas cosas inanimadas que llevan en sus entrañas de papel y plástico, la esencia de una persona. Cada uno cuenta una historia. 

Sonrisas entrañables. Pláticas inexplicables. Abrazos arraigados. Los veo y revivo. A medida que los días pierden su nombre, los recuerdos se vuelven más reales. Escucho sus voces. Pero, al abrir los ojos y levantar la vista, me hago consciente del vacío que existe en el cuarto. Me encuentro solo. 

Durante una crisis, los humanos tenemos que adaptarnos y cambiar la forma en la que miramos, sentimos y vemos el mundo. Porque puede ser que nos toca alejarnos. Es probable que dejemos de estar en cuerpo. Cada quien en casa invadidos de un miedo a estar solos. Dejamos de sentir el calor de un abrazo. La sensación de una piel ajena. La tela de la sudadera que seca las lágrimas cuando la tristeza nos rebaza. Incluso la risa nos sabe diferente. 

Aprender a amar desde la distancia pareciera ser un acto que desafía la naturaleza de los corazones. Buscamos la proximidad. Las muestras de afecto más sinceras requieren la cercanía necesaria para escuchar los latidos de quien está enfrente. Pero hoy es diferente. Amamos con la distancia. Quién diría que estar separados supondría uno de los actos más grandes de amor que existen. 

Vuelvo a ver los objetos y todos irradian luminiscencia. Siento su presencia. De los hermanos que no son de sangre pero si de elección. De aquel hombre cano que con sus ojos grises no me dejó olvidar lo que es ser un niño. De la única mujer capaz de robarme las palabras. Todos están aquí. La voluntad de un corazón es más que las limitaciones del cuerpo. Amar es un acto de rebeldía a la razón. 

En la crisis somos capaces de volvernos diáfanos. Claros. Miro a mi alrededor y el cuarto ya no está vacío. Hay luz. Presencia. Memorias vivas emanadas de recuerdos. Dentro de la distancia hay un “te quiero”. Cada día recordamos más nuestros nombres y no los de los días. Cierro los ojos y escucho. Latidos resuenan por la habitación. 

Inherente

Por: Chema Urrutia 

Quería escribir sobre el amor pero simplemente no hallé las palabras para ordenar la maraña de pensares y emociones que cruzan por mi corazón. No por la mente, por que ella no tiene vela en el entierro de la cordura. Buscaba hablar de lo absurdo e ilógico que puede llegar a ser. Hablamos con el alma y miramos con inocencia. Dejamos de pensar. Es onírico estar enamorado. Sobre corazones rotos narramos nuevas historias, y con un poco de suerte el punto culmine es tan suave como darle ese primer trago a una copa de vino. 

Pensaba plasmar con letras y palabras lo que ha sido el amor para una vida de dudas. Pero encontré una superficie llena de cicatrices y heridas acompañadas de ceniza de cigarro y cerveza derramada. Pareciera que es un final ya conocido. ¿Es el corte el punto final de toda historia de amor? Es ilógico e irracional, nos aferramos a un por siempre, sabiendo con todas nuestras fuerzas que nunca hay que olvidar como decir adios. 

Sentía un silencio que oprimía mis palabras y me ataba las manos. Un faro es lo que muchos buscan. Semaleos para un caminante que cruza por la penumbra. Nos abrazamos. Dejamos de ser racionales. Ya no estamos cuerdos. Renunciamos a la lógica. Olvidamos que un día se escribirá nuestro epitafio. 

Divagaba sobre el amor porque es inherente al ser. Añoramos esos brazos. Buscamos esos besos. No hay ninguna luz, pero al menos dentro de la penumbra tomamos una mano. Una a una las espinas se clavan. Amar es abandonar la cordura para poder dormir por las noches. 

Escribo sobre el amor por que es una declaración de guerra a la razón.

Contingencia

Por: Chema Urrutia

Encerrados. Pareciera que la cuenta de los días se pierde al estar confinado en un espacio determinado. Pero cuando la espera parece ser perenne tendemos a contar con más ímpetu las vueltas al sol. Diez. ¿Qué significa estar en crisis en un mundo donde las fronteras son solo pedazos de tierra? Escuchamos a diario la voz de la paranoia y la poca conciencia. Observamos. 

Adaptamos nuestro estilo de vida. Los que tienen privilegio y los que no. Existen diferencias, el tejido se rompe. La inequidad que hemos sembrado desde los inicios de la sociedad moderna no es tomada en cuenta por las enfermedades. Obligados a salir. Obligados a comer. Creamos un sistema de desigualdad y nos acostumbramos a poder dormir con ello. 

Hoy reflexionamos más. Hoy nuestros fantasmas no se van. Están en los espejos. ¿Puedes mirar tu reflejo y no llorar? Existes y esa es tu condena. Fuera de las cuatro personas con las que compartes el espacio, la soledad de una cuarentena nos pone frente a frente con nosotros mismos. Nos miramos, nos sentimos, pero ¿nos reconocemos? Fuera de comprender y ver el reflejo ocasionado por la luz que entra y se proyecta en el espejo, somos una complejidad de anhelos, cicatrices, sueños y heridas. 

Nuestra vista se nubla, con vituperio nuestro rostro se desdibuja. ¿Queremos ver? Piensas en romper el espejo y dividirlo en cientos de pedazos. Sueños rotos. Existimos en una realidad donde volar es solo el anhelo de los dementes. Buscamos una vida segura. ¿Hay algún balance? 

La contingencia nos mantiene encerrados. Los vidrios comienzan a caer. Cientos de reflejos te observan desde abajo. Miras. No importa que tan rotos estemos. Nunca estamos incompletos. El sol nace. Entran los primeros rayos de luz por la rendija de la ventana. El cuarto se comienza a iluminar. Sísifo empieza de nuevo. Cuentas once. No debes salir. La puerta marca el umbral que no se debe cruzar. Contener la catástrofe, mantener la cuarentena. Miras por la ventana y ves pasar a un barrendero. Para él no hay contingencia. Solo busca sobrevivir cada día. Para él no existe la cuenta.

El domingo más largo

Por: José Ortiz

Qué es un día sino la simple rotación de la Tierra sobre su propio eje, y aún así, cada día es un tejido de distintas sensaciones, expectativas, actividades y pensamientos, aunque también hay días realistas que son simplemente días. Existen hombres afortunados que toman como rango Lunes a Viernes, el estándar de trabajo. ¿Estándar para quiénes? Existen otros cuya semana es de 6 días de trabajo y un miércoles de descanso, del mismo modo que existen aquellos que el descanso se resume a dormir por las noches.

Es conocida la teoría de la relatividad, sin embargo resulta aún frágil el vínculo de la relatividad con la velocidad de la propia mente y por lo tanto de la propia vida. Condiciones médicas en las que un ser humano puede actuar con toda la lentitud del mundo y sentir que se encuentra a una velocidad promedio, y en el otro extremo, seres cuya mente excede el ritmo estándar de pensamiento y la rapidez de este tren que llamamos vida les parece absurda. Y más allá de las condiciones médicas, existe la relatividad de los días de la semana. El hecho de que algunos vivan los lunes como un infierno y que en los viernes pareciera que el tiempo transcurre más lento. La semana en resumen, parece un reloj digital descompuesto que se atora en algunos días más de lo que debería y en los fines de semana hace que el tiempo se viva de forma fugaz, a excepción de aquel día que muchos temen: Domingo. El domingo para muchos representa la soledad, representa descanso pero sin dirección. Planes familiares forzados para nuevamente quedar solo, sin actividades que realizar. No está escrito que las familias están hechas para estar juntas, y muchos viven el domingo como un episodio difícil por el mismo motivo. El domingo es el día por excelencia para pensarnos.

Hoy, se vive una pandemia, un virus azotó a la humanidad, un virus cuyo síntoma principal es la génesis de un pensamiento dicotómico, una especie de examen de opción múltiple donde se acentuan las prioridades de la sociedad: ¿Me enfermo trabajando y corro el riesgo de morir (dependiendo de sus condiciones de salud, claro está) o me guardo y corro el mismo riesgo de morir de hambre? ¿Doy por perdido el dinero de mi viaje o prefiero vivir aquellas experiencias que tengo derecho a vivir? Si sólo lo voy a vivir como una gripa, ¿Por qué tengo que guardarme? Y el más fuerte de todos… ¿Salvamos vidas o salvamos a la economía? Hemos llegado a un punto donde ambas son dos caras de la misma moneda y su difícil distinción puede generar los dilemas más complicados. Un siglo de vivir bajo la máxima enunciada por Bruckner: “Ser moderno es ser incapaz de resignarse a la propia suerte”. Y ahora volvemos a considerar la selección natural. Resulta curioso observar que la crisis genera dicotomías, pero resulta aún más interesante observar que llevamos años en este tipo de pensamientos polarizados. Seguramente algunas de las preguntas anteriores se podrían releer sin un contexto de virus y se observaría que son el modelo de la sociedad actual.

El segundo síntoma de aquel virus es la maldad de regresarnos a nosotros mismos. Una vida acotumbrados a enfocarnos en una actividad que pueda generar ingresos que nos dé lo suficiente para seguir generando ingresos. Algunos afortunados completarían la frase anterior utilizando la frase: Para vivir. Aunque habrá otros más realistas que utilizarían el término: Para sobrevivir. ¿Qué es de la tarde? Lo que quede de ella, por la saturación de tráfico y el estrés previo. ¿Qué es la vida? Para muchos, lo que queda del trabajo ¿Qué es de la noche? Confundir descansar con dormir y preferir el segundo para rendir en el trabajo al día siguiente. Este virus, ha llegado para romper aquella rutina o en su intento, cambiar su forma. Algunos trabajan desde casa, otros se han ido a casa sin trabajo pero con sueldo; hay quienes se fueron a casa sin sueldo y hay otros más que siguen allá afuera aunque con menor carga de trabajo. ¿Qué nos queda? Sólo nosotros y aquellos con los que vivimos esta contingencia. Este virus nos ha enfermado de ocio, tan alabado por la filosofía y tan condenado por las exigencias de tener que producir todo el tiempo, y a veces olvidamos, que una gran mayoría de actos producen, pero no venden. Desde hace años, muchos habían llegado al pensamiento de que leer, aprender un instrumento, escribir, mirar una película e incluso hacer ejercicio (por gusto y no por compulsión) eran actividades que denotaban que “uno no tenía nada que hacer”. Y entonces el propósito se rompió. Las más grandes reflexiones, el recorrido a través de lo que significa ser humano pasó a un segundo plano y se volvió el plan B para muchos. Hoy en día, aquellos productos están cumpliendo con lo que Orwell denominó como “mantenerse humano”. Y producen, producen ideas, sensaciones, formas de pensar al otro y de pensarnos a nosotros mismos; incluso en algunos han empezado a emerger insights y preguntas de todos los tipos.

El único problema del ocio es que fue tan condenado en su momento que ahora lo miramos como un desconocido, o quizás una imagen más precisa sería que nos miramos en él como principiantes, nos desconocemos en él, siendo que quizás es nuestro vínculo más fuerte con la naturaleza. Porque todo ser vivo, en algún punto debe esperar. Para muchos el ocio en cuarentena está resultando como aprender a andar en bicicleta: Establezco una rutina y paso el rato, pero poco después me caigo y me invade el fantasma de la compulsión por la producción y entonces caigo. Pero cada día puede ser mejor, Bruckner alguna vez enunció en forma de crítica a nuestro modelo actual: “Existe un mal peor que la explotación: El no ser explotado”. En estos tiempos, nos toca pensarnos en la no explotación. En estos contextos se empieza a entender el ímpetu de la filosofía: ¿Quién soy? (sin la explotación), ¿Podríamos hacer las cosas mejor para no tener que elegir entre economía y salud? ¿Estaba llevando una alimentación o un estilo de vida adecuado? Ahora que presto atención a mi habitación ¿Qué dice de mí? ¿A dónde vamos? Es importante reconocer que no son categorías excluyentes el trabajar y el pensar. Pero ciertamente, por este virus se está encontrando más tiempo para hacerlo.

Si bien, sería un error afirmar que este virus apareció con el propósito de enseñarnos algo, también sería un error, y quizás más grande, no aprender nada de él ¿Qué nos queda por hacer? Cuidarnos, ser conscientes de nosotros mismos. Tomar este tiempo para atender lo que sentimos y lo que pensamos. ¡Qué mala suerte que me tocó estar conmigo en esta cuarentena! Exclamó el humorista gráfico Tute en una de sus caricaturas. Que ésta sea la oportunidad para preguntarnos lo que se tenga que preguntar, y no sólo en el sentido individual, en el colectivo también. Y por supuesto, no ceder al pánico, tener pensamiento crítico para distinguir aquellas noticias falsas que sólo generan pánico, y por lo tanto, que el pánico no tome el timón de nuestras vidas. Siempre resultará vigente la reflexión de Sartre: “No perdamos nada de nuestro tiempo; quizá los hubo más bellos, pero este es el nuestro”. ¿A dónde queremos llegar? ¿Cómo quieres vivir?

Suturas

Por: José Ortiz

Hoy he empezado mi inventario

Mi epitafio, mi bestiario

Lista corta para algunos años

Recuerdos olvidados

Cicatrices en la memoria

La lágrima, la ausencia, el hueco

La sutura con el hilo de los significantes

Las preguntas incorrectas

El estambre infinito de palabras

Tu cabello, las olas del mar

Mi desprecio creciente

Tu sombra y tu hueco en el sofá

Apretar el puño, clavar las uñas

Tragar lo real

Abrazar la coyuntura

El pasado sin presente

El futuro sin futuro

Tiempo eternamente

Lo dado sin darse

Lo saldado pendiente

Lo dudado inerte

Las sonrisas, las despedidas

Las noches sin reloj

Los monólogos, las partidas

Los escorpiones de antaño

La Bastilla en tu silencio

Destrozar los grilletes al ser nombrado

Las hienas del amor

Los erizos del odio

La risa perversa, el humor

Las mariposas de humo

Tu mimetismo conductual

La intermitencia en la certeza

El lenguaje imprudente

La impertinencia en las promesas

Motivos habrá, igual que siempre

Las comas 

donde van los puntos finales

Los puntos finales donde.

Venus y el arte


Por: Chema Urrutia y Ana Ramírez

Tez morena, blanca y apiñonada. Piel canela y de otras tonalidades. Altas, bajas y de estatura media. El cuerpo femenino ha sido construido y catalogado por la sociedad. La mercadotecnia: el juez. Los estándares de belleza han sido estigmatizados he idolatrados desde décadas atrás. Las aspiraciones del ser femenino han sido dictaminadas por una industria que cada vez trata de responder a la crisis social de la belleza siendo más incluyentes en lo que promocionan y venden. Espectaculares y anuncios con una diversidad de cuerpos, todos bellos por igual. 

La diversidad de Venus como parte esencial del ser femenino. Un cuerpo monótono contradice el deber ser de la mujer. Moda. Una palabra tan popular que engendra la estandarización e industrialización de algo tan puro como la belleza. Pantones, cortes, ropa y maquillaje. Corte y confección de rostro, el cuerpo y las facciones. Moldes ficcionalizados, alejados de la realidad natural de lo femenino en el mundo. 

Sin tapujos ni censura. La belleza no encuentra vituperios. La dura crítica social, merma el valor artístico de un cuerpo. Dejar ser, y dejar pasar. Apreciar el arte con todo sus matices. Dejar de pensar, comenzar a sentir. Dejar de juzgar, comenzar a admirar. Mostrar todo lo que son: ojos, labios, ombligos, axilas, pezones, pies, vulva y vello. Partes de una obra que cabe en su perfección por estar y existir. Partes de una obra que no requiere de estándares ni de moda para generar un cosquilleo en la mirada. 

La libertad y la belleza no existen dentro un mundo mecanizado. Dejemos que los colores exploten he inunden la escala de grises de un día normal. Veamos con otros ojos, dejemos de cerrarlos para abrirlos y ver al cielo. No tratemos de entender lo que tenemos frente a nosotros. Dejemos que lo bello sea por el hecho de ser. Dejemos que las mujeres sean por el hecho de ser.  

Veamos la belleza fuera del frasco de una construcción social. Veamos a las mujeres como un cuerpo natural bello por el hecho de ser y existir. Inundemos las redes sociales, los anuncios y las artes de mujeres diversas. Todas somos iguales, y dentro de la igualdad encontramos nuestra individualidad. Frente un espejo el ideal de belleza femenina no existe, solo un lienzo donde se postra una obra de arte.

Reflexiones sobre el tiempo

Por: José Luis Ortiz

La vida es un constante devenir; nosotros somos un constante devenir. “No te bañarás dos veces en el mismo río”. El agua fluye y no la alcanzamos, y si llegáramos a alcanzarla, ¿no seríamos ya distintos? No somos: Fuimos y seremos. Estamos atrapados en esa incertidumbre de pasado y futuro que los hombres sabiamente llamaron presente y que sin embargo, no es ningún tiempo, es sólo una oportunidad.

Habría que preguntarle a las estrellas qué es lo que desean cuando ven faros encendidos en el mundo. Habría que preguntarle a la melancolía si por fin encontró a la felicidad en su pasado. Habría que preguntarle a todo hijo si tuvo tiempo de tener sus sueños antes de tener los de su padre. Devenir constante: Día a día los deseos oscilan entre ser cartas muertas o monedas tiradas en un pozo. Se miran estrellas a diario y se piden deseos; se pide fortuna, amor, salud, inmortalidad, olvido… Cuantas veces rogué por el olvido. Pero los que hemos medido la velocidad de las plegarias sabemos que para el momento en que llegan a oídos de las estrellas, éstas ya se han extinguido; o quizás simplemente, se ha extinguido el remitente.

Habría que preguntarle a Dios si sigue siendo el mismo, habría que preguntarle a Dios si aún cree en sí mismo. Habría que preguntar a la casualidad si no se ha cansado de brindar esperanza a la razón. Ser es no ser lo que se es y ser lo que no se es. ¿Algún día nos alcanzaremos a nosotros mismos? ¿Será posible realmente detener un momento y detener la conciencia en él? ¿Existe tal cosa como la compatibilidad con el otro? La vida es un casino donde la casa siempre gana: Podemos obtener lo que deseamos pero siempre tendrá el detalle de ser en el momento equivocado, al menos parcialmente. Podemos consolarnos y afirmar que estamos satisfechos con lo obtenido, pero si realmente lo estuviéramos, ¿no sería en vano seguir deseando? La casa siempre gana, hay que seguir jugando y apostando. Hay que seguir viviendo.

Habría que preguntarle a quien amamos si nos ama por quien fuimos, por quien vamos a ser o por quien dejamos de ser en el momento en que nos miró. Habría que preguntarnos si afirmamos te amé o te amaré. Habría que preguntarnos si para cuando Dios, que está a millones de años luz de distancia, recibió nuestra mirada, no estaba ya bastante decepcionado de nosotros. Habría que pensar si al momento de matar a Dios, no estaba el hombre ya muerto. Habría que dejar de temer que al momento de nacer, estamos ya muriendo, o peor aún, estamos ya viviendo.

“El mundo tal como es, es inmanente, es ilusión, es decir, es apariencia pura. Una de las realidades son precisamente las estrellas. Nunca tenemos su representación real pues dada la velocidad de la luz, nos llega con cierto desfase, cierta distorsión: Las estrellas siempre están ausentes en el momento en que las representamos. Esta es la ilusión radical del mundo y reside en el hecho de que las estrellas ya están apagadas cuando percibimos su luz. Esto es cierto también para los objetos más cercanos… Esto quiere decir que nunca somos contemporáneos, que siempre están ausentes… unos a otros. Eso es la ilusión del mundo y es algo muy bueno… Si todo el mundo estuviese sincronizado, es decir, si fuese instantáneamente simultáneo, sería la muerte. Y de todas maneras, ello es imposible”. Braudrillard.