Rincón de lectura

Carta desde el Zenea

Por: Chema Urrutia

Espero que alguien lo lea:

Siempre me encuentro en el centro, y con ironía, paso desapercibida. Desapercibida e ignorada, sin embargo, se que no pertenezco. En una cultura llena de colores vivos y cálidos, mi estética griega y apariencia monocromática no es parte de las raíces de este mi hogar.

Siempre me encuentro en el centro, rodeada de personas de todo tipo. Ejecutivos, adolescentes, estudiantes, ninis y vagabundos. Mi lugar de edificación aparenta no conocer clases sociales, sin embargo, las líneas invisibles nunca se van, siempre se quedan. Un circo sin carpa, la cruda realidad de un país condenado a cerrar los ojos. Juntas de trabajo, puntos de reunión, citas románticas, predicadores y bailarines (que solo tratan de ganar unas monedas) danzan a mis alrededores, unos más conscientes que otros. La ignorancia y la otredad se vende con buenos zapatos y comida caliente.

Risas, besos, gritos, golpes, vida y muerte. He visto de todo, siempre estoy en el centro, y no conozco el sueño. Más elevada que todos, la vista nunca deja de sorprenderme. ¿Es que el ser humano vive con los ojos cerrados? Sentados sobre mi base de piedra, se encontraban dos señores, de esos que tienen buenos zapatos y comida caliente. Discutieron temas sobre un país del sur mientras la indignación en sus voces brotaba en quejas y aparente empatía por lo que sucedía en aquel lugar. Gente sin comida ni hogar. La reprobación en la voz y los ojos de molestia. Conciencia, bendita conciencia. Momentos después, un niño de esos que no tiene buenos zapatos ni comida caliente, se acercó:

  • “¿Me da una moneda, señor?”. Preguntó

Las miradas de ambos adultos se cruzaron. Las quejas desaparecieron, la indignación se fue, y tras un suspiro de reprobación contestaron:

  • “No, mejor busca un trabajo, niño”.

Ser testigo de la ironía, espectadora de la desgracia. A mis alrededores jardines, construcciones coloniales y un kiosco me acompañan. El espacio genera una ilusión y detiene el tiempo en un eterno baile, y un lugar sin sueño. Gente retoza a mi alrededor. Danza ritual de la realidad. Sin importar el clima, el día, o la hora. Niños, mamás, y gente de avanzada edad. Ruido, silencio. Vida y en algunas ocasiones… muerte. Siempre me encuentro en el centro, observando y escuchando.

Yo estaré aquí, diosa de la juventud postrada sobre el concreto. Yo estaré aquí, en un lugar ajeno a mi cultura. Yo estaré aquí,  congregando gente, esperando que un día, se regalen buenos zapatos, comida caliente y un par de ojos que observen hasta el final del horizonte.

Hebe, diosa de la juventud.

Reflexiones sobre el tiempo

Por: José Luis Ortiz

La vida es un constante devenir; nosotros somos un constante devenir. “No te bañarás dos veces en el mismo río”. El agua fluye y no la alcanzamos, y si llegáramos a alcanzarla, ¿no seríamos ya distintos? No somos: Fuimos y seremos. Estamos atrapados en esa incertidumbre de pasado y futuro que los hombres sabiamente llamaron presente y que sin embargo, no es ningún tiempo, es sólo una oportunidad.

Habría que preguntarle a las estrellas qué es lo que desean cuando ven faros encendidos en el mundo. Habría que preguntarle a la melancolía si por fin encontró a la felicidad en su pasado. Habría que preguntarle a todo hijo si tuvo tiempo de tener sus sueños antes de tener los de su padre. Devenir constante: Día a día los deseos oscilan entre ser cartas muertas o monedas tiradas en un pozo. Se miran estrellas a diario y se piden deseos; se pide fortuna, amor, salud, inmortalidad, olvido… Cuantas veces rogué por el olvido. Pero los que hemos medido la velocidad de las plegarias sabemos que para el momento en que llegan a oídos de las estrellas, éstas ya se han extinguido; o quizás simplemente, se ha extinguido el remitente.

Habría que preguntarle a Dios si sigue siendo el mismo, habría que preguntarle a Dios si aún cree en sí mismo. Habría que preguntar a la casualidad si no se ha cansado de brindar esperanza a la razón. Ser es no ser lo que se es y ser lo que no se es. ¿Algún día nos alcanzaremos a nosotros mismos? ¿Será posible realmente detener un momento y detener la conciencia en él? ¿Existe tal cosa como la compatibilidad con el otro? La vida es un casino donde la casa siempre gana: Podemos obtener lo que deseamos pero siempre tendrá el detalle de ser en el momento equivocado, al menos parcialmente. Podemos consolarnos y afirmar que estamos satisfechos con lo obtenido, pero si realmente lo estuviéramos, ¿no sería en vano seguir deseando? La casa siempre gana, hay que seguir jugando y apostando. Hay que seguir viviendo.

Habría que preguntarle a quien amamos si nos ama por quien fuimos, por quien vamos a ser o por quien dejamos de ser en el momento en que nos miró. Habría que preguntarnos si afirmamos te amé o te amaré. Habría que preguntarnos si para cuando Dios, que está a millones de años luz de distancia, recibió nuestra mirada, no estaba ya bastante decepcionado de nosotros. Habría que pensar si al momento de matar a Dios, no estaba el hombre ya muerto. Habría que dejar de temer que al momento de nacer, estamos ya muriendo, o peor aún, estamos ya viviendo.

“El mundo tal como es, es inmanente, es ilusión, es decir, es apariencia pura. Una de las realidades son precisamente las estrellas. Nunca tenemos su representación real pues dada la velocidad de la luz, nos llega con cierto desfase, cierta distorsión: Las estrellas siempre están ausentes en el momento en que las representamos. Esta es la ilusión radical del mundo y reside en el hecho de que las estrellas ya están apagadas cuando percibimos su luz. Esto es cierto también para los objetos más cercanos… Esto quiere decir que nunca somos contemporáneos, que siempre están ausentes… unos a otros. Eso es la ilusión del mundo y es algo muy bueno… Si todo el mundo estuviese sincronizado, es decir, si fuese instantáneamente simultáneo, sería la muerte. Y de todas maneras, ello es imposible”. Braudrillard.

Modo avión

Modo avión

Por: Chema Urrutia

ON

9:45 de la noche; pequeñas gotas forman un espejo en el pavimento, el brillo lunar pinta la atmósfera de blanco, el sonido del agua siendo atravesado por las llantas generan una extraña sensación de melancolía, los pensamientos comienzan a rondar por mi cabeza y lo veo llegar. No fue sorpresa, ya que el gps (privador de nuestra privacidad) marcaba cada vuelta, cada calle, y cada segundo.

– Buenas noches joven. ¿Luis? ¿Verdad?

– Así es, buenas noches (¿jóven? por su apariencia solo contaba con un par de años más que yo)

– Iniciamos su viaje

¿Cuántas veces al día iniciamos algo? Una pregunta justa en una sociedad delimitada por procesos efímeros que transcurren y pasan delante de nuestros ojos a un número inmenso de revoluciones por minutos: palabras, miradas, sonrisas, llanto, dolor. Estamos en permanente contacto con el mundo, sin entender que es el mundo, sin saber, sin sentir. ¿Es posible suprimir todo rastro de saber, percepción y comprensión? Una realidad habitada ajena. Presencia y ausencia, razón y pulsión, humanos y humanos ¿pequeñez?

– ¿Joven?

– ¡Claro! Perdón… esta cabeza mía, le gusta volar

– La de muchos, ¿ya a descansar? fue un día pesado, mucho tráfico, y este clima, !pff! no ayuda, pinche locura

– Pinche locura, ni me lo diga… (locura, semaléos natural) ¿a que hora comenzaste tus rondas?

– Hace como 20 min que salí de clases, pero hoy se termina temprano, en el inicio de la semana nadie sale *ríe*, un descanso del descanso, no tenemos remedio.

– ¿Clases? Supongo que este trabajo deja tiempo para clases, nunca lo había pensado en ese sentido

– Clases y otro trabajo, si no ¿cómo? Apenas y para la semana sale

Cruda realidad enfrente de nosotros, agitando los brazos y saltando. Ojos cerrados, manos en el rostro ¡bendita ignorancia! Conocer sin sentir, condición natural de los seres condenados a tener ojos y terminaciones sensibles, irredentos. Clasificando lo real en binomios. Sacro y profano. Bueno y malo. Blanco y negro. Locura y cordura. Críticos de todo, creadores y destructores de mundos. Casi dioses. Dioses con desigualdad, intolerancia, pobreza, dioses obligados a sostener estudio y dos trabajos “pa’ sobrevivir”.

– ¿Donde estudias?

– En la Politecnica regional, y trabajo en una empresa ejerciendo lo que estudio, la verdad es que no me gusta hablar, o socializar…

– Pero en este trabajo eso es pan de todos los días, ¿no te molesta?

– Vengo callado casi siempre, pero si me hablan, pues que remedio

No me ofendió el comentario a pesar de haber transgredido su comodidad, y violentado nuestra proxémica social. La base del razonamiento de considerar al ser humano como un animal social es la necesidad de comunicarse para preservar un correcto funcionamiento de la sociedad, sin embargo, los humanos podemos ser unos hijos de la chingada, no hay sorpresas cuando alguien tiene tintes antisociales, pero la necesidad es canija. Dormir, trabajar, ir a la escuela, volver a trabajar, todo para tener capital suficiente para vivir, ¿vivir? repetir el mismo proceso cinco veces a la semana para satisfacer nuestras necesidades falsas, alienados, Carlos tenía razón, la consciencia escasea. ¿Que hora es? Juraría que ya debíamos de haber llegado.

– Joven, me marca que es por aquí.

– Si si, claro. Es en la casa amarilla, la que tiene los troncos arriba.

– Excelente, pues eso sería todo, gracias .

*Portazo*

Me detengo frente a la puerta – Realidades dentro de nuestro encuadre, detrás del poto, enfrente del rostro. Sigo sin entender porqué me agradeció. La realidad detallada, necesidades insatisfechas, inmersión en las actividades necesarias,  olvido obligado, alienación aceptada, ignorancia voluntaria. ¿Es que hay alguna manera de sobrellevar y cambiar? Supongo que solo queda averiguarlo, y para eso, es necesario escuchar, podemos hacer realidad la cualidad divina dormida en el hombre – la llave entra en la cerradura y se abre la puerta. Son las 10:05 de la noche.

OFF

Hora cero

Por: Chema Urrutia

La vida se terminaba junto con la caída de las hojas. Se encontraban él y su nieto. El color marchito marcaba el final de todo. No había más opciones. Había llegado la hora cero.

–          Lamento no poder hacer más por nosotros, pero puedo contarte una historia.

Y así comenzó:

Recuerdo aquellos días de gloria, el equilibrio lo era todo. Los mares cristalinos, un azul hipnotizante. El aire limpio, ligero, inclusive respirar era placentero, no generaba ningún mal. El verde de los bosques resplandecía, y si ponías atención veías todos los colores que existen de forma natural convivir en el ambiente. La vida y la muerte estaban en compañía, en balance perfecto.

Éramos muchos, como solían contarte los mayores. Los había de todos los tamaños y colores, y no importaba en qué parte del mundo estuvieras, siempre encontrabas a uno de nosotros, formando parte de un ecosistema más grande que nuestra individualidad. Teniendo conciencia de nuestro lugar. Nuestra importancia. Aquellos días parecían no tener fin. Los pequeños retoños crecían, y la sabiduría de los más viejos guardaba historias extraordinarias sobre las maravillas del mundo.

Pero… sabes cómo acabó todo, ¿no? Creímos que entenderían, que nos verían… Al principio fue así, coexistimos con el saber de la otredad del otro, no éramos ajenos, y teníamos un pacto, todos éramos necesarios para que la vida viviera. Por mucho tiempo el sol iluminaba las praderas con los rayos del albor de la mañana, y por las noches el cielo se llenaba de destellos brillantes que representaban cada uno de los sueños de todos los seres. Eran otros días. Podías soñar. Podías volar.

Formar parte del ciclo natural era la preocupación más grande. El papel que todos desempeñábamos era fundamental para el funcionamiento de las cosas. Todo nacía, respiraba, vivía, y todo moría, concluía su ciclo para volver al suelo y ser la tierra fundacional de una nueva vida. No había superioridad entre nosotros, el lugar que teníamos designado era un decreto natural, la elección de cómo vivir siempre estuvo, sin embargo, éramos todos nosotros. Conciencia. Anagnórisis.

Creímos que entenderían. Nunca comprendimos la supuesta inteligencia que clamaban tener. Un sistema de engranajes bien aceitado, año con año había cambios. La superioridad llevó a que olvidaran nuestro pacto. Nos volvimos invisibles. Nos volvimos objetos. Dejamos de pensar para ellos, de sentir, de soñar. La avaricia fue el motor de su civilización. Acumular y consumir. Tener, aunque fueran a morir. La esencia se perdió. Soñar ya no era válido. Volar un delito. Se cortaron las alas, y cerraron los ojos. Creadores y destructores. Al final, decidieron usar sus manos para arrancarnos de raíz.

La última hoja cayó. Aquel viejo ahuehuete se marchitó. Solo quedó el recuerdo de sus palabras, pero ya no había seres para recordar, solo quedaba él. El último árbol con vida, cuyas hojas comenzaban a caer.

Civilización de los engranajes

Por: José Luis Ortiz

Engranajes girando, uno moviendo al otro y el otro al otro y el otro al otro. ¿Sabe un engranaje de qué maquinaría forma parte o únicamente visualiza su pequeño sistema? Giran, giran y siguen girando, dicen que supuestamente encajan a la perfección, pero su marcha imparable y sin descanso causa una fricción que pasa desapercibida pues lo importante es el movimiento, aquellos conceptos esclavizadores de eficacia y efectividad. Dicen que algunos engranajes se preguntan de vez en cuando si es necesario seguir vagando sin rumbo alguno; y cuando el gran técnico escucha este tipo de dudas, no tiene más remedio que desecharlos. A algunos de ellos les va mal y sufren de corrosión, de abandono, de críticas de otros aros dentados y de su propia mente. Los más afortunados son fundidos y desaparecen. Se ha rumorado que aún en el abandono, los del primer grupo siguen atados a otros engranajes. Ha sido tan interesante dicha cuestión en el mundo de los dentados, que ha comenzado una tendencia metafísica acerca de su propia mecánica y empezaron a surgir preguntas, empezaron a surgir creencias y empezaron a surgir dogmas; todos tan interesantes que tenían la función de entretener a los otros engranes mientras seguían girando. Dicen que el creador tuvo que hacer un solo ajuste para derrumbar dicha rebelión del pensamiento: “Esto pasa porque no giran ni suficientemente rápido ni el tiempo suficiente. Estoy seguro que debe ser eso”.

Existen también, testimonios de otra civilización, por desgracia no han sido avistados como tal pero han quedado evidencias de su arte. Algunos dentados abandonados han tenido el tiempo de decodificar dichos vestigios y han encontrado la historia de su propio pueblo desde la perspectiva de esta civilización tan extraña. Los engranajes -narran- realizan un ruido estremecedor y terrorífico; acechan con todo a su paso, se visten con nuestra piel, se alimentan de nuestra sangre; son capaces de destruir viviendas enteras sólo para seguir girando y lo peor es que no se dan cuenta. El ruido que producen, irónicamente, es casi imperceptible adentro de la estructura e incluso adentro de ellos mismos. Es tan potente su voz interna y su angustia; que los ensordece y les priva la visión de su propio camino hacia la destrucción.

También existen testimonios de otras civilizaciones que describían su estilo de vida como una constante corrosión, una metamorfosis que los podía hacer adoptar formas inimaginables con las que tenían que seguir girando. Testimonios de pensadores que se preguntaban por la libertad de la mecánica de los dentados; ociosos que compararon su estilo de vida con empujar una roca hasta la cima de la montaña y dejarla caer para nuevamente empezar el día siguiente. Pero bueno, los antiguos códices siempre pueden contener información mística cegada por una cosmovisión pseudocientífica; que son términos creados por engranajes.

No todo es color de negro en el mundo de los engranajes; dicen los rumores que después de diversas horas de estar en constante fricción, se otorga un poco de aceite para seguir girando y la buena noticia es que dependiendo del tiempo y velocidad del movimiento, es posible obtener diversos tipos de aceite o convencer los dentados oxidados de tener una nueva oportunidad para seguir girando.

¿Seguirán girando sin sentido? ¿Escucharán alguna vez lo que tienen que decir las civilizaciones antiguas? ¿Seguirán a pesar de la corrosión? Sigue girando, sigue girando.

Sueños luctuosos

Por: Chema Urrutia.

El cuarto estaba desordenado como de costumbre, contrario a la puerta, se observaba un escritorio caótico, papeles por todos lados, plumas gastadas y nuevas, regadas por la planicie de madera, ropa de todo tipo esparcida sin un patrón alguno, la silla estaba cubierta por una montaña de ropa que la moldeaba de tal forma que había perdido el único propósito que puede tener una silla. Por el contrario, en el ambiente tenue y oscuro, ocasionado por la penumbra que generaban las cortinas, una ráfaga de luz entraba directamente en mis ojos, el albor de la mañana se asomaba a la ventana como un día cualquiera. Recuerdo sentir una molestia inmensa, los párpados pesados, cuerpo cortado, un ligero dolor de cabeza y la apatía regular que se sentía un día a la semana -De nuevo es lunes -. Pensé.

Pero me bastó estar consciente por cinco minutos para notar algo diferente, a pesar de ser un día soleado,el ambiente era negro, como la bóveda celeste en plena madrugada, solo que sin luz, sin esa luz que delinea el rostro de una forma tan sutil, que hace de la oscuridad, algo que ni un niño de nueve años le fuera temer, y yo aún no lo había comprendido.

Al levantar el celular para ver la hora, me detuve a ver mi reflejo en la pantalla, era yo, pero incompleto, mi cabello largo y café oscuro, carecía de brillo, mi piel, tenía un tono más pálido que de costumbre, la expresión de mis ojos era fúnebre, luctuosa, había llorado dormido, el color café claro de mis ojos yacía escondido tras una hinchazón con matices rojizos que delataban y extrañaban a las lágrimas caídas durante la noche, mi nariz tosca, ayudaba a la inexpresividad de mi rostro, completada finalmente por unos labios que descansaban en posición horizontal, sin embargo, alcancé a notar gotas rojas esparcidas por mis pómulos. – Extraño…-. Pensé. Aquello no tenía sentido. acerque mi mano para removerlas, al pasar el dedo desaparecieron, más nunca sentí la textura líquida que aparentaban dichas gotas.

Al ponerme de pie, el cuarto se convirtió en un gran cubo oscuro, con una sola luz que apuntaba a lo que aparentaba ser un cadáver, pero no corrí, al contrario, me acerqué. Noté que un arma de un pequeño calibre colgaba de mi mano derecha, en cualquier estado de humanidad, la hubiera arrojado al piso, mientras mentaba madres y maldecía a la vida por haber matado a alguien, pero no, no sentía culpa, solo tristeza, traición y decepción.

Acomode la lámpara para ver el rostro del desgraciado que sufrió la fortuna de recibir dicha bala, conforme la luz se iba acercando, todo iba cobrando sentido, vi mi rostro, sin vida, diferente, el mismo reflejo que apareció en la pantalla, con las mismas manchas de sangre que descansaban en la cara. Dicen que los sueños forman una parte tan entrañable de nosotros que toman nuestra forma, solo habitan en un mundo de fantasía, estoicos y heroicos personajes, pero ¿qué pasa cuando un sueño atenta contra otro? ¿Cuando la vida, te cambia la visión del mundo a chingadazos y por ende tus anhelos más profundos, se ven alterados? Es poético, dirían muchos, concebir, abandonar y asesinar sin escrúpulos nuestros sueños, que locura, pero por fortuna, hay muy pocos cuerdos en el mundo. Miré a los ojos a aquel sueño abandonado, cuando una mano se posó sobre mi hombro. Las lágrimas comenzaron a  correr. Otro sueño había llegado ¿Es que acaso hay sueños buenos y malos? ¿Habrá un sueño que valga la pena abandonar? ¿O todos son dignos de ser perseguidos hasta que nuestra locura nos consuma y las plantas de nuestros pies supliquen por parar de correr? Pero en este día, en este lunes luctuoso, eso no importaba.

De duendes y alebrijes

Por: Chema Urrutia

Debajo de la cama, dentro de los armarios, escondidos en el jardín, los duendes y los alebrijes observan cautelosos, esperando dar un soplo de vida a quien se cruce frente a ellos.

El mundo del crepúsculo, su hogar, una fantasía para todo ser humano, un mero cuento de hadas. Debajo de la cama, dentro de los armarios y escondidos en el jardín los vi… Los había de todos los tamaños, y cada mes se presentaba una pareja diferente. Rostros familiares, animales de compañía, elixir de vida… – Son duendes y alebrijes, no tengo duda – pensé. Llenos de colores, rosas, amarillos, verdes, naranjas, con cuerpo de dragones, perros y libélulas, brillantes y cautivadores los alebrijes te observan, y a su lado, como extraídos de un cuento de hadas narrado en horas nocturnas, un ser diminuto, vestido de azul, o verde, más nunca de rojo, la nariz tan prominente que parecía ser toda la cara, serios y paternales, los duendes te observan.

Nadie me creyó cuando ví uno. Nadie me creyó. “Tiene una imaginación muy viva” – decían. Pero ellos que iban a saber, nunca estaban. Por las noches, corría a mi ventana, esperando ver el destello de luz azul, cálido, brillante e irreal, que acompañaba dos pares de ojos serenos y dos sonrisas protectoras. De duendes y alebrijes se forma la infancia. De duendes y alebrijes aprendí a vivir.

Nunca hable con ellos. Nuestros encuentros estaban limitados a observarnos, de vez en cuando, volaban y hacían alguna machinpueca extravagante esperando arquear mis labios y secar el agua de mis ojos.

“Tiene una imaginación muy viva”, a veces los adultos no saben lo que dicen, han olvidado, yo lo se, los han olvidado. Llenan sus mentes de  problemas y preguntas existenciales que nunca podrán responder, y olvidan. y se van, azotan la puerta y se marchan a buscar una vida diferente, se largan con la promesa de regresar con un mejor futuro, se van

Solo, con dudas -¿estoy creciendo? No quiero olvidar, no me quiero ir… ¿Es que acaso es una evolución inevitable? Olvidar y añorar cosas como: carros, ropa y casas, ¿para que quiero eso? !Los alebrijes y los duendes no llevan nada encima! – mi mente divaga, como todas las noches, efecto inevitable de la soledad.

De duendes y alebrijes olvidados… Hace más de cinco años que no los veo, danzando en el cielo, como si la muerte y la vida siguieran el son de un tango, elegante, sencillo y fluido. De duendes y alebrijes aprendemos, de duendes y alebrijes aprendí, es mejor llorar y esperar, que irse y no volver.

Espero volver a verlos. no hay noche en la que no me asome a la bóveda celeste teñida de plata, esperando ver el destello azul. No hay noche que los olvide. No hay noche que no llore. Los vi, y no hay amanecer que no recuerde aquel brillo azul que arquea mis labios, y seca el agua de mis ojos.

De duendes y alebrijes me rodeé, comprendí. No son solo criaturas nocturnas, el abandono no es una práctica regular para ellos, rostros familiares, abrazos conocidos, cejas, ojos, boca y uno que otro animal de compañía. De duendes y alebrijes soñamos, de duendes y alebrijes recordamos, debajo de la cama, dentro del armario, escondidos en el jardín, a una cuadra del mercado, en un salón de clases, en las calles más concurridas, los duendes y los alebrijes andan haciendo machinpuecas esperando arquear nuestros labios y secar el agua de nuestros ojos. Mente inquieta, imaginación viva, necesarias para verlos.

Espero los recuerdes.