Diáfana

Por: Chema Urrutia

Tacto. Sentado al borde de la cama, intento recordar en qué día desperté. Por más que trato de hacer tierra, la cualidad de un encierro demerita la importancia de nombrar la vuelta del sol. Miró con curiosidad  mi cuarto y los objetos que lo habitan. Aquella foto, ese libro, aquel juguete. Todas cosas inanimadas que llevan en sus entrañas de papel y plástico, la esencia de una persona. Cada uno cuenta una historia. 

Sonrisas entrañables. Pláticas inexplicables. Abrazos arraigados. Los veo y revivo. A medida que los días pierden su nombre, los recuerdos se vuelven más reales. Escucho sus voces. Pero, al abrir los ojos y levantar la vista, me hago consciente del vacío que existe en el cuarto. Me encuentro solo. 

Durante una crisis, los humanos tenemos que adaptarnos y cambiar la forma en la que miramos, sentimos y vemos el mundo. Porque puede ser que nos toca alejarnos. Es probable que dejemos de estar en cuerpo. Cada quien en casa invadidos de un miedo a estar solos. Dejamos de sentir el calor de un abrazo. La sensación de una piel ajena. La tela de la sudadera que seca las lágrimas cuando la tristeza nos rebaza. Incluso la risa nos sabe diferente. 

Aprender a amar desde la distancia pareciera ser un acto que desafía la naturaleza de los corazones. Buscamos la proximidad. Las muestras de afecto más sinceras requieren la cercanía necesaria para escuchar los latidos de quien está enfrente. Pero hoy es diferente. Amamos con la distancia. Quién diría que estar separados supondría uno de los actos más grandes de amor que existen. 

Vuelvo a ver los objetos y todos irradian luminiscencia. Siento su presencia. De los hermanos que no son de sangre pero si de elección. De aquel hombre cano que con sus ojos grises no me dejó olvidar lo que es ser un niño. De la única mujer capaz de robarme las palabras. Todos están aquí. La voluntad de un corazón es más que las limitaciones del cuerpo. Amar es un acto de rebeldía a la razón. 

En la crisis somos capaces de volvernos diáfanos. Claros. Miro a mi alrededor y el cuarto ya no está vacío. Hay luz. Presencia. Memorias vivas emanadas de recuerdos. Dentro de la distancia hay un “te quiero”. Cada día recordamos más nuestros nombres y no los de los días. Cierro los ojos y escucho. Latidos resuenan por la habitación. 

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